Puro y sin espinas
Se paró. El reloj dejó contar el tiempo después de que
tu dejaras de cantar. Te quedaste sin voz y nos dejaste a nosotros mudos.
Tu fruncir de ceño al subir la voz, mal carácter, decían
se antojaban iguales en mí y no sólo por imitarte cantando, sino porque siempre
fui de ese movimiento de cejas.
Te confieso que odié por mucho tiempo los sermones del
domingo, empecé a creer que la gente debía dejar de ser
tan hipócrita y debían perder su tiempo en algo que al menos fuese real.
Mi profesora de filosofía decía que a veces al Estado,
a los gobernantes, farmacéuticas no les convenía encontrar soluciones a los
problemas porque eso implicaría dejar de generar riqueza para ellos, hay una
parte de mí que dice que es imposible que pueda ser así, pero hay otra que dice
que no les importa el modo si se trata de más dinero.
Sea como fuere, hoy la realidad es esta.
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