Tratado de navegación

La reflexión no es de mi cosecha pero me parece muy acertada y ya sabéis eso que dicen de que 'compartir es vivir' y en este caso he de coincidir.
Aquí os la dejo. El autor se llama Daniel Bernabé por si os interesa echarle un vistazo a algo más.

«Hay locuciones que no pueden resultar más afortunadas. Caer en la cuenta es una de ellas. Caer, como ejercicio imprevisto de homenaje a la gravedad, desaparición del suelo bajo nuestros pies, breve vuelo destinado al impacto. En la cuenta, en aquella lista que expresa un resultado, el fin de un enigma, el paso del caos a una relación lógica. El otro día caí en la cuenta de que estoy atravesando el ecuador de mi vida. Desterremos el dramatismo, atendamos tan sólo a la estadística. Es así, no caben mayores explicaciones al respecto.

La primera mitad de una vida es una mitad a medias. Varios años se pasan en la inconsciencia de esa infancia que ni recordamos, ya que estamos, literalmente, aprendiendo a vivir. Otros cuantos más transcurren en la niñez, ese estado donde todo es aún tibio aunque, a veces, ya percibamos el frío que se avecina. Lo siguiente, la adolescencia, es la turbación infinita, la primavera huracanada en nuestros huesos.

Es difícil precisar cuándo acaba la adolescencia y cuándo empieza la juventud -mucho más en esta época de postergaciones-. Lo que está claro es que, aún jóvenes, ya somos adultos, puede que torpes, vacilantes y atolondrados, pero adultos. En esta segunda parte de esa primera mitad de nuestras vidas es cuando podemos estar seguros de que las decisiones que tomemos nos marcarán para el resto de nuestros días. Sí, hay posibilidad de reconstrucción, de giros inesperados y de nuevas páginas en blanco, pero siempre, ya, con las muescas que dejamos en esos años.

En estas, en una de esas noches en las que se duerme poco y se gira mucho, empecé a preguntarme qué había aprendido de la primera mitad de mi vida. Y pensé en redactar unos breves apuntes para dirigirse sin dar demasiados tropezones, o en el caso de darlos no perder del todo la compostura. Como bosquejo vital he estado en las cuatro costas del Pacífico y el Atlántico, he escrito un par de libros, he bailado lo necesario y, a pesar de los naufragios, puedo decir que he querido y me han querido sin reparos. Quizá, por eso mismo, por no ser nadie ni haber conseguido nada relevante me permito este ejercicio. En el mundo ya hay demasiados triunfadores diciendo a los demás cómo comportarse y las cosas parecen no ir demasiado bien. Lo que viene a continuación no es un dictado ni unas reglas, ni por asomo unos mandamientos. A lo sumo un asidero propio, una guía que me hubiera gustado tener en el inicio de la adultez, un decálogo sobre esas cosas que nunca se cuentan. A quien interese:

Aprender a separar lo accesorio de lo fundamental es la primera condición inexcusable para no volverse idiota. No todo es igual de importante, pese a que estamos bajo la presión de un sistema económico que necesita alterar nuestras prioridades para seguir funcionando. De igual forma que sabemos que el aire o el agua son imprescindibles podemos lograr una escala básica que nos marque aquello por lo que merece la pena vivir. Ánimo, no es tan difícil.

Entérate de quién eres. Hay múltiples identidades -la nacionalidad, la religión, tu equipo de fútbol- pero la mayoría no te servirán de gran cosa. Si para algo importa saber quién somos es para darnos cuenta de que nuestros problemas se parecen a los de los demás. Por tanto parece lógico que las soluciones, para que sean efectivas, deberían enfocarse en conjunto. Busca qué es lo que te une a la mayoría y lo que te separa de los que te crean los problemas, quizá por ahí se encuentre la clave.

No hay ningún sitio al que llegar, así que no corras. La idea de que a través del esfuerzo individual lograremos eso llamado éxito es una fantasía de horizonte, algo que nos mantiene en movimiento pero que se aleja a cada paso que damos. El esfuerzo no es una opción, es la cotidianidad ineludible para casi todos. Por eso, quien presume de esfuerzo lo sabe excepción, quien habla de excelencia maquilla privilegios. Puede que tengas que actuar en la farsa, lo que no significa que debas creerte el papel.

Vivir sin dinero, por mucho que se fuercen los límites de lo convencional, es casi imposible. Además, sortear los inconvenientes diarios desde la escasez es doblemente gravoso. La cuestión es que el dinero tiene alma mefistofélica y dispone de nuestro tiempo y libertad en la misma medida que disponemos nosotros de él. La solución al dilema no es fácil. Tan sólo aprende a vivir con poco, no gastes más de lo que tienes y procura tratar lo menos posible con los bancos.

La ideología no es más que la forma ordenada de enfrentarse a las cuestiones anteriores y a otras muchas más. Todo el mundo tiene ideología, incluso los que dicen no tenerla. Depende de ti el cultivarla para que no sea tan sólo un montón desordenado de inmediateces, lugares comunes y vulgaridades conservadoras. Aunque es casi lo habitual no hay nada menos elegante que alguien que profesa una ideología, sin saberlo, que además le perjudica.

Métete en política, aunque sea sólo por molestar. Las reglas son sencillas: la política no te debería dar beneficios a cambio de tu participación, tu actividad debería redundar en provecho de la mayoría y causarle problemas a los que siempre han mandado. La política es un sitio proceloso y rara vez se consigue algún cambio, pero tu ausencia es lo que garantizará que todo sea tan triste como ha sido siempre.

Ser cínico es un buen comienzo para lograr una apariencia segura, pero tan sólo manifestará tu incapacidad de entender nada. Ya hay demasiados hipócritas y descreídos a nuestro alrededor para que se sume uno más. Manifestar pasión, dudas y sentimientos, tomar partido, elegir la aventura antes que la comodidad posiblemente te complique el trayecto, pero lo hará inmensamente más rico, atractivo y honrado.

El conflicto no se puede eludir indefinidamente, ni caminar con zapatos limpios por calles demasiado sucias. Vivimos una realidad contradictoria que pretende hacer pasar por consensos lo que no son más que imposiciones. No se trata de buscar el enfrentamiento de forma artificiosa, sino de que cuando este se produzca, el que te pone la bota en el cuello no te convenza encima de que ha sido de mutuo acuerdo.

La culpa es un sentimiento muy manipulable. No hay que negar que las acciones acarrean consecuencias, que a veces nos equivocamos y que podemos causar daño y dolor. El problema es que la culpa suele estar dirigida para hacer sentir miserable a la persona en situaciones de las que ha sido más víctima que ejecutor. Seguro que si estás en paro harás lo posible por encontrar un empleo, pero si hay millones de personas en tu misma situación quizá es el momento de dejar de llevar pesos que no te corresponden.

Aprende de tus gloriosas tradiciones, a alzarte sobre la historia de gente que se decidió a poner las riendas de su vida en sus manos, a voltear ese orden de cosas que hace pasar lo terrible por habitual. A menudo estarán sepultadas para su olvido -a veces literalmente- por lo que tu labor será casi arqueológica. Los nobles tienen sus blasones, tú tienes la dignidad de los ojos de Marina Ginestá. No lo olvides.

Trabaja el buen gusto, no pierdas el tiempo con el entretenimiento precongelado y envasado que te ofrecen. Por suerte, para ti, te sitúas en la cúspide de una riquísima línea cultural que rara vez aparecerá en ningún sitio. Hay toneladas de discos, libros y películas que te servirán, al menos, para sentirte menos solo, para saber que todo eso que intuyes y que te late dentro ya fue experimentado por otros antes que tú.

Haz virtud de lo inesperado, nunca aceptes el lugar que te corresponde, nunca dejes que te ninguneen por ser quien eres, por venir de donde vienes, por no encajar en el hueco que te habían dicho que era para ti. Aprende que la normalidad no existe, pero ten en cuenta que vivir fuera de la murallas de la ciudad es siempre duro y difícil. Y aunque sea mentira, aunque sea imposible, sé sublime sin interrupción.»

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